JAVIER FERNÁNDEZ
- REALIDADEPORTIVA
- 2 abr 2018
- 5 Min. de lectura
Tenía tan solo seis años cuando decidió seguir los pasos de su hermana Laura y pisó por primera vez el hielo calzando unos patines destartalados de segunda mano; 17 años de esfuerzo, trabajo, dedicación, sacrificio e - ante todo - ilusión le separaban de colgarse la medalla de oro más especial de toda su trayectoria, la que le acredita como campeón del mundo de patinaje artístico.
El patinaje comenzó siendo para Javier Fernández una actividad extraescolar que practicaba en la ya desaparecida pista de hielo del barrio madrileño de San Martín, a 70km de Cuatro Vientos, el barrio que le vio nacer. Un año más tarde y con las mismas ganas de aprender, ingresa en el que será su primer club, el “Igloo” de Majadahonda. Carolina Sanz e Iván Sáez, sus entrenadores de entonces, recuerdan hoy al Javier Fernández de 8 años como “un niño revoltoso e hiperactivo que, aunque tenía mucho talento, le faltaba disciplina y se pasaba el día castigado”, tanto es así que ellos mismos lo llamaban “el lagartija”.
En 2004 deja Madrid y pone rumbo a Jaca para entrenar bajo las órdenes de Míkel García, allí comienza a dominar los saltos triples, incluido el famoso “axel”. Dos años más tarde regresa a Madrid y Jordi Lafarga, del club “Circus” se convierte en su entrenador. Poco después se ve obligado a abandonar el club por el cierre de la pista y regresa a su club inicial, el “Igloo”.
Es en el año 2007 cuando un joven Javier de 17 años debuta en la escena internacional y consigue hacerse con un 28º puesto en el campeonato europeo y un 35º en el mundial, un año más tarde escala 11 puestos en el ranking del europeo y 5 en la tabla del campeonato del mundo.
Sorprendido por el enorme potencial mostrado, el gurú ruso del patinaje Nikolai Mozorov le ofrece la oportunidad de ser su entrenador de forma gratuita en Hackensack (Estados Unidos). Consciente del corto margen de mejora que le esperaba en España -dado su nivel- debido a las pocas facilidades con las que cuenta un deportista de esta disciplina en nuestro país, Javier Fernández, en un afán de superación, decide –con tan solo 17 años - comenzar una nueva aventura en Estados Unidos, sin dominar el inglés y sin haberse separado nunca antes de sus padres. Él mismo describe esta etapa como una de las más duras de su carrera: “Hubo un momento muy duro en mi carrera. Me fui a Estados Unidos. […]Tuve que coger un apartamento, irme al Ikea y montar mi casa. Sin luz, con velas…y ahí pensé ‘¿En qué momento habré hecho esto?’ Pero tiré para delante. Ha sido duro pero ha merecido la pena el esfuerzo”. Poco más de un año después, tras continuos cambios de residencia (EE.UU, Rusia y más tarde Letonia) , malos resultados y falta de sintonía entre entrenador y pupilo, el dúo Mozorov-Fernández se rompe y Javi se ve obligado a regresar a Madrid. Allí ingresa en el club Leganés – en el que todavía milita - para proseguir con sus entrenamientos, demostrando la constancia y el trabajo duro que le han llevado hasta lo más alto.
Meses más tarde y en beneficio de su carrera como de costumbre, Javier toma la decisión - una vez más - de “cruzar el charco” y trasladarse a Toronto (Canadá,) para formarse con, el dos veces campeón olímpico, Brian Orser. El tándem Fernández-Orser congenia desde el primer momento y los éxitos que se suceden son prueba de ello; a finales de ese mismo año Javi se cuelga varias medallas en la escena internacional, entre las que destaca el bronce en la final del Grand Prix 2011-2012. El virtuosismo en los saltos cuádruples que tanto caracterizan a Javi lo adquiere bajo las órdenes de este entrenador, con el que la complicidad y el entendimiento es tan grande que el madrileño admite que se ha convertido en un padre para él.
El año 2013 es el año en el que Javier Fernández comienza su vertiginoso ascenso a la cima del patinaje artístico. Empieza proclamándose campeón de Europa con tan solo 21 años y su característica humildad no le deja ser consciente de ello: “Cuando vi que era el ganador no me lo llegué a creer. Si hace un par de años me dicen que el patinaje iba a estar así no me lo creo”, afirmaba poco después de subir al pódium. Pero, por si todavía no le había quedado clara su maestría, repite como campeón de Europa en los dos años consecutivos, 2014 y 2015, logrando así la triple corona europea que lo lanza – ahora sí- a todos los telediarios del país, en los que sus anteriores éxitos casi no habían tenido cabida.
El culmen de su carrera llegaba el 28 de marzo de este mismo año en Shanghai, cuando, incrédulo, aceptaba la medalla de oro que le convertía en el mejor patinador del mundo. Había llegado con ganas y esperanza de mejorar los dos bronces que había conseguido en los dos años anteriores, pero la presencia de su compañero de entrenamientos y vigente campeón olímpico y mundial, Yuzuru Hanyu, no le permitía nada más que soñar con el oro. Sueño cumplido. "Esto es increíble, no me lo creo, ganar a Hanyu es increíble”.
Las primeras palabras que Javi pronuncia cada vez que su palmarés aumenta son siempre palabras de agradecimiento; a toda su familia por haberle permitido estar dónde está, a todos sus amigos y a toda la gente le apoya, pero la persona de la que primero se acuerda es de su hermana Laura, a quien dice deberle todo por haber sido la causa de estar dónde está. Tampoco se olvida nunca del lugar del que proviene, y a pesar de lo poco que le ha ayudado nuestro país a llegar dónde ha llegado - por el hecho de no ser futbolista, si no patinador, el mejor patinador del mundo - él a España se lo ha regalado todo, y a la pregunta de si representaría a otro país como Canadá en el que las facilidades serían infinitamente mayores responde: “Nunca, nunca y nunca. Mi país es mi país y si consigo una medalla quiero que sea para mí y para mi país y no para otro. Es lo que siento.”
Javi es un chico de barrio, humilde, simpático, alegre, trabajador incansable, positivo, extrovertido y aficionado del Real Madrid, aunque a quien realmente admira es a Rafa Nadal, “por su lucha y perseverancia”. En sus ratos libres disfruta estando rodeado de su familia o amigos, paseando por su Madrid querido, degustando la comida extremeña del restaurante La alegría, admirando los paisajes de Japón con su novia –también patinadora- Miki Ando, jugando a los videojuegos en el sofá de su casa o jugueteando con su gata Effie.
Su próximo objetivo profesional –que le permitiría alcanzar el Olimpo- es casi tan “grande” como él: el oro olímpico. Sin embargo, si se le pregunta por su meta a largo plazo, su respuesta refleja toda su humildad: “enseñar patinaje a niños, ser profesor de lo que sé.”
Quizá, esas dos palabras sean las que mejor definen a Javier Fernández: grandeza y humildad. Quizá, esas dos palabras sean las que mejor definen al mejor patinador del mundo.
Commentaires